DISCURSO DE WHITNEY MILLER DOUGLASS EN LA INAUGURACIÓN AL MONUMENTO A GERTRUDE VANDERBILT WHITNEY
DISCURSO DE WHITNEY MILLER DOUGLASS CON MOTIVO DE LA INAUGURACIÓN DEL MONUMENTO HOMENAJE A SU BISABUELA, GERTRUDE VANDERBILT WHITNEY, EN EL ENTORNO DEL MONUMENTO A COLÓN (9 de mayo de 2025)
DISCURSO ORIGINAL
DISCURSO EN ESPAÑOL
Mi nombre es Whitney Miller Douglass y es un verdadero honor para mí participar en esta ceremonia tan especial en homenaje a mi bisabuela, Gertrude Vanderbilt Whitney. Evidentemente, soy muy joven, demasiado joven, para haberla conocido, pero, aunque falleciera cuando mi tía tenía catorce años y mi padre once, ambos tienen recuerdos entrañables que más adelante compartiré con ustedes.
Su obra escultórica se ha expuesto en numerosos museos de diferentes estados e, incluso, en distintos países, donde ha sido aclamada, aunque también criticada por su riqueza. Sin embargo, su última exposición en Florida recibió grandes reconocimientos, lo que supuso casi un redescubrimiento de su extraordinario talento. Sobre todo, mi familia quiere agradecerles a ustedes, y a la maravillosa ciudad de Huelva, el homenaje que rinden a una mujer que, para nosotros, fue una gran artista.
Le pedí a mi padre y a mi tía que escribieran algunos de los recuerdos que tienen de su abuela Gertrude Whitney, escultora de Cristóbal Colón, y esto fue lo que compartieron:
Mi padre, Leverett Miller, escribe:
Cuando murió era 1942, la guerra seguía su curso y Japón había entrado en el conflicto en diciembre de 1941, poco antes de su fallecimiento. Recordamos que ella estaba muy comprometida con la causa aliada, después de haber vivido gran parte de su vida en su estudio parisino, donde aprendió de August Rodin. Supimos que allí había conducido una ambulancia y fundado un hospital cerca del frente para atender a los heridos. Sus esculturas de los soldados heridos fueron de las primeras en alejarse de las imágenes militares heroicas tradicionales para mostrar los horrores reales de la guerra.
Al venir de una familia adinerada, le fue muy difícil ganarse una reputación como artista seria, pero esas representaciones tan realistas debieron de causar un gran revuelo en los círculos artísticos. La recordamos como una persona dedicada a su arte, que trabajaba numerosas horas al día en sus esculturas. Investigaba a fondo sus temas, sobre todo cuando se trataba de monumentos, como el de Cristóbal Colón, el monumento al Titanic y el de Buffalo Bill.
Mi hermana Flora y yo tuvimos la suerte de verla trabajar en algunas de estas obras en su estudio en Long Island, cerca de nuestra residencia veraniega. Yo, Leverett, recuerdo que tendría unos diez años cuando ella se tomó el tiempo de explicarme las herramientas que utilizaba para modelar la arcilla, y me dejó ayudarla un poco con uno de los bustos que estaba creando. También me enseñó que, al final de la jornada, era necesario coger un trozo de estopilla y humedecerlo bien para cubrir la pieza inacabada, de modo que pudiera seguir trabajándose al día siguiente. Recuerdo que me sentía asombrado ante su destreza y pensaba que nunca tendría el talento necesario para hacer lo que ella hacía. Y tenía razón.
Uno de mis recuerdos más vívidos tuvo lugar en 1938, en Newport, Rhode Island, cuando nos azotaba un huracán. Mi abuela me advirtió con preocupación de que no me acercara a las ventanas del salón, ya que el viento y la proximidad del mar podían romperlas. Como cualquier niño de siete años, me escabullí detrás de la cortina para ver el mar bravío y, para mi horror, vi cómo su estudio, que se alzaba sobre el acantilado, era arrastrado por el viento y llevado mar adentro, con todas sus obras dentro. Corrí a decirle la terrible noticia, que sé que la devastó profundamente. El hecho de que hubiera desobedecido su advertencia pasó desapercibido.
A menudo pienso en lo tenaz y dedicada que debió de ser para superar todos los contratiempos y crear obras de arte tan impresionantes. Para mí, ella era una abuela cariñosa y bondadosa, y ojalá hubiera tenido más tiempo para conocerla mejor.
Mi tía, Flora Biddle, escribe:
Es un placer rememorar junto a mi hermano, cuyos recuerdos son tan vívidos y precisos. También me hace feliz recordar su estudio: el delicioso olor de la arcilla mezclado con el humo del cigarrillo, el sol reflejado en la piscina de piedras del exterior y a Gamoo, como llamábamos a mi abuela, modelando un busto. Elegante hasta con su bata de escultora, tan delgada, hablándonos con su voz ronca y vibrante, mientras nos explicaba el proceso en el que estaba tan inmersa.
En su casa, a veces nos servía té helado y nos enseñaba el juego al que solía jugar con los artistas surrealistas parisinos. Nos daba papel y lápices de colores, dibujábamos una cabeza, doblábamos el papel y lo pasábamos a nuestra izquierda. Sobre el cuello, otro dibujaba el cuerpo, y luego repetíamos el proceso, añadiendo las piernas. Nos reíamos a carcajadas al desplegar el papel y ver el resultado de nuestros esfuerzos, ¡y Gamoo se unía a la fiesta!
El último recuerdo que tengo de nuestra abuela es en nuestra casa de Aiken, Carolina del Sur, donde nuestra familia vivía la mayor parte del año. Mi hermana Pamela Tower se iba a casar y Gamoo venía desde Nueva York. Era diciembre de 1941, y la Segunda Guerra Mundial ya había comenzado. Yo era la dama de honor de Pam, llevaba un vestido largo de terciopelo granate, y Lev, que llevaba los anillos, lucía un elegante traje de franela gris con camisa blanca y corbata. Gamoo apareció en nuestro jardín con un vestido de terciopelo verde esmeralda, con un volante que rodeaba sus estrechas caderas. Tan elegante y tan «artista».
Lamentablemente, no volveríamos a verla, ya que fallecería meses más tarde. Pero nunca olvidaré a Gamoo. Su museo se ha convertido en un faro del arte estadounidense y ha llevado el arte de nuestro país a personas de todo el mundo, tal y como Gertrude Whitney siempre quiso.
Traducción al español de Lucía González Garrido.